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    LAS REMESAS NO SON AYUDA AL DESARROLLO



    Por Manuel E. Yepe*
    Cuando los países industrializados afirman que las remesas de los inmigrantes de los países subdesarrollados a sus familias constituyen “ayuda al desarrollo” están en verdad enmascarando una cruel forma de explotación del Sur por el Norte.

    Se asegura que la emigración es un factor de descompresión de las tensiones sociales y que las remesas son una fuente de ingreso de recursos pecuniarios para los países de origen. En verdad, las transferencias de dinero fresco de los emigrantes hacia sus familiares han llegado a representar una parte significativa del producto bruto de sus países de origen y contribuyen a mejorar sus balanzas de pagos.

    Pero, a más largo plazo, el éxodo de trabajadores jóvenes y la dependencia que surge de las transferencias de dinero, se convierten en inconvenientes para el desarrollo del país emisor de migrantes.

    Más claro: la crisis económica suscita el éxodo, las remesas de los emigrantes atenúan durante cierto tiempo sus efectos económicos inmediatos, pero, a mediano o largo plazo, la crisis tiende a profundizarse, porque las condiciones que la provocaron no han cambiado sino que se han agravado precisamente a causa del éxodo que sigue aumentando.

    Cuando en 2001 el Presidente de los Estados Unidos amenazó con disponer una expulsión masiva de inmigrantes indocumentados, fueron muchos los gobiernos latinoamericanos que tuvieron que acudir a él en demanda de clemencia porque ello habría significado el surgimiento de insalvables crisis de gobernabilidad y el desplome de las economías de sus países, incapaces de asimilar a los expulsados y prescindir de sus remesas.

    Cuando parecía que el candidato del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Schafik Jorge Handal, habría de ser electo Presidente de El Salvador por un margen muy amplio, el Presidente de Estados Unidos formuló la amenaza de prohibir las remesas de sus emigrados establecidos en Estados Unidos si ello ocurría. La dependencia en las remesas convirtió a ese país en rehén del imperio, que así impuso al candidato de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).

    Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, el dinero que envían los inmigrantes latinoamericanos a sus países de origen ha crecido cincuenta veces -de mil millones de dólares a más de 50 mil millones anuales- en los últimos 25 años.

    En seis países americanos, las remesas sobrepasan el 10% del producto bruto interno: Haití (17%), Nicaragua (14%), El Salvador (13%), Jamaica (12%), la República Dominicana (10%) y Ecuador (10%).

    Según fuentes oficiales, en 2005, 169 mil millones de dólares por concepto de remesas llegaron a los países del tercer mundo.

    Hay 25 millones de inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos y la Unión Europea, de los cuales la mitad envía remesas a sus países de origen.

    Durante el año 2006, las remesas que los emigrados latinoamericanos enviaron a sus países sumaron unos 60 mil millones de dólares y 45 mil de esos 60 mil millones de dólares fueron remesados desde los Estados Unidos, por alrededor de 12.5 millones de latinoamericanos, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

    Las remesas familiares de los inmigrantes mexicanos residentes en Estados Unidos aportan a México cuatro veces el valor de sus exportaciones agrícolas, superan sus ingresos por concepto de turismo y se acercan al valor de sus exportaciones de petróleo.

    El 43% de las divisas que ingresa El Salvador, el 35% de las que recibe Nicaragua y el 21% de las de Ecuador provienen de sus emigrantes que trabajan en los Estados Unidos, sin incluir las remitidas por los emigrados que se encuentran en otros países.

    La tragedia que encubren estas cifras está en el hecho de que estos crecimientos son directamente proporcionales al aumento de la emigración.

    Se estima que las remesas de migrantes que recibe Latinoamérica se incrementan en una tasa anual del 7 al 10%.

    Por este ritmo de crecimiento de las remesas y su monto tan elevado, parecería que se está logrando que el Norte opulento empiece a compensar al Sur por los daños de la histórica expoliación.

    Pero ni remotamente es esto así. Durante siglos, el sistema capitalista global ha despojado a los países del mundo subdesarrollado de manera cruel. Les han saqueado sus recursos naturales, sometido a un intercambio injusto de sus mercancías y explotado de manera inmisericorde su mano de obra.

    El hecho de que las remesas de los emigrantes lleguen a ser base de sustentación de las economías de cada vez más países depauperados del Tercer Mundo, es más la denuncia de un crimen que motivo de satisfacción.

    Con los actuales términos del intercambio; si no se incrementa la ayuda verdadera al desarrollo; si no se conmuta la deuda externa que ahoga las economías de los países subdesarrollados del continente; si se insiste en forzar la creación de mecanismos neocolonizadores de “integración” como el ALCA; si no se renuncia a la práctica del proteccionismo agrícola y comercial que los países ricos imponen en acto de inconsecuencia con sus propios reclamos neoliberales, las remesas nada bueno significan para las naciones pobres.

    Si no se crean mecanismos de estímulo a las exportaciones de los países subdesarrollados; si no se apoyan sistemas que obliguen a que las empresas transnacionales se sometan a medidas de control contra la explotación laboral, el traslado de beneficios y la especulación, para evitar la descapitalización y la fuga de cerebros de los países pobres que ellas generan; si no se promueven inversiones que expandan el mercado laboral para contribuir al arraigo de la población, las remesas no serán más que un paliativo aplicado a una injusticia que se hará cada vez más insoportable. *Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.



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